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  • Paralelamente Chucho Hegel increpa al

    2019-05-15

    Paralelamente, Chucho Hegel increpa al Profesor: “Sin dejar de ser el mismo, te has convertido en el otro como el blanco que se pinta de negro en el teatro bufo”. Pone, así, sobre el tapete, el que quizá sea el mayor de los demonios contra los que lucha el Profesor, personaje, éste, que deja espacio para una lectura autobiográfica que da cuenta de la propia lucha intelectual del autor: su disconformidad, ya no con un sistema, sino consigo mismo. Y en este punto no será Chucho Hegel sino un narrador quien, actuando como la voz interna del personaje, proyecte un pensamiento confesional: “Sales de la funeraria con la amarga sensación de que toda tu vida es una mascarada […]. Sientes que creíste con inquebrantable candidez demasiadas cosas”. Altunaga retoma aquí un tópico de alguna literatura del primer periodo revolucionario, esto es, el conflicto que produce la contradicción entre la cultura racional, moderna, occidental, y una ideología laica y atea, defendidas por la Revolución y lo que se veía como supersticiones irracionales y primitivas de los negros, obstáculos para el avance de aquella. No por azar, aquel estado de desasosiego del Profesor se produce luego de enfrentarse, en un velatorio, tubocurarine Supplier un grupo de “negras” viejas, frente a las cuales su pensamiento reproduce consignas y tonos que se leen en mucha literatura ficcional y ensayística del primer periodo revolucionario: “Las miras con desdén, con resentimiento, tal vez con odio, porque así pasarán la mayor parte de sus vidas, mirando impotentes a sus muertos, indolentes, invocando espíritus y orishas”. Baste recordar, en esta línea de lectura, y a manera de parangón, el prólogo de Pedro Deschamps Chapeaux a la novela de Manuel Cofiño, Cuando la sangre se parece al fuego: el historiador cubano, al señalar como aspectos negativos para ese momento revolucionario al imperialismo norteamericano y los prejuicios que perduraban desde la Colonia, agrega las religiones —“gentes que se marginan por sí mismas, en suma”—, por estar fuera del contacto con la realidad. Estas reflexiones de Deschamps Chapeaux, quien afirmaba que “la ideología revolucionaria, siempre en ascenso, vence a Lytic infection las creencias ancestrales”, encuentra su eco en el Profesor de En la Prisión, cuya formación ideológica entra en conflicto con las religiones afrocubanas, ya que había creído, “con inquebrantable candidez”, que “los jóvenes cuadros, educados en Europa, conocedores de la doctrina marxista leninista barrerían de un plumazo ese mundo atávico y dependiente”. Lo que se pone en cuestionamiento, en este punto, es la posibilidad, dentro de la concepción de identidad revolucionaria, de asumir como especificidad una identidad negra. Como se señaló al inicio de este artículo, el momento histórico permite la revisión y crítica de estos paradigmas y En la prisión, como refractaria de ello, opta por difundir una idea de negritud cercana a un “deber ser”, que se manifiesta en tensión con el anterior “ser revolucionario”, cuya etnicidad estaba asentada en el mérito revolucionario y el compromiso ideológico. Altunaga vuelve aquí a una de sus obsesiones: la función del lenguaje que nombra al “negro”. A partir de esta lógica, Chucho Hegel condena el lenguaje del Profesor que, mirado desde su presupuesto racial, no le corresponde: “Eres un mudo o peor, un fenomímico que imagina suyo un discurso ajeno. No tienes lengua propia sino una jerigonza contaminada que te enseñaron […]. Sigues siendo un negro intelectual con la lengua de un blanco.” Nuevamente el autor se apoya en Frantz Fanon, cuya idea del régimen de representación del “blanco” con respecto al “negro” va más allá de la idea de posicionarlo como el Otro del discurso dominante. Fanon desmenuza la experiencia colonizadora como el acto de someter a ese Otro a una interiorización de ese conocimiento y de esa subjetividad en un proceso que Stuart Hall denominará luego expropiación interna.