Archives

  • 2018-07
  • 2019-04
  • 2019-05
  • 2019-06
  • 2019-07
  • 2019-08
  • 2019-09
  • 2019-10
  • 2019-11
  • 2019-12
  • 2020-01
  • 2020-02
  • 2020-03
  • 2020-04
  • 2020-05
  • 2020-06
  • 2020-07
  • 2020-08
  • 2020-09
  • 2020-10
  • 2020-11
  • 2020-12
  • 2021-01
  • 2021-02
  • 2021-03
  • 2021-04
  • 2021-05
  • 2021-06
  • 2021-07
  • 2021-08
  • 2021-09
  • 2021-10
  • 2021-11
  • 2021-12
  • 2022-01
  • 2022-02
  • 2022-03
  • 2022-04
  • 2022-05
  • 2022-06
  • 2022-07
  • 2022-08
  • 2022-09
  • 2022-10
  • 2022-11
  • 2022-12
  • 2023-01
  • 2023-02
  • 2023-03
  • 2023-04
  • 2023-05
  • 2023-06
  • 2023-07
  • 2023-08
  • 2023-09
  • 2023-10
  • 2023-11
  • 2023-12
  • 2024-01
  • 2024-02
  • 2024-03
  • 2024-04
  • En una clara cr tica al modelo neoliberal

    2019-05-13

    En una clara crítica al modelo neoliberal gay importado de Estados Unidos, Néstor Perlongher sostiene que “el gay pasa akt inhibitor tomarse como modelo de conducta. Este operativo de normalización arroja a los bordes a los nuevos marginados, los excluidos de la fiesta: travestis, locas, chongos, gronchos que —en general son pobres— sobrellevan los prototipos de sexualidades más populares”. De esta manera, la “normalidad” se instaura en un eje que incluye a heterosexuales, pero también a gays. El riesgo de reivindicar la gaycidad, siguiendo esta idea, “es que se apunta a la constitución de un territorio homosexual [.] que conforma no una subversión, sino una ampliación de la normalidad”. En la línea de Perlongher, Pedro Lemebel, escritor y ensayista chileno, construye en varias crónicas de Loco afán una comunidad travesti que se distancia de los símbolos y ritos extranjeros, renegando de las imágenes ficticias que globalizan un sujeto normativizado, fetiche de una economía neoliberal. La escritura lemebeliana denuncia en tono paródico el modelo de ciudadanía que “impone un deseo de lo blanco como índice de una piel ‘no Cruzada’, amnésica en relación a la historia de la Conquista, pero también de una higienidad en torno a la cual convergerán valores sociales, médicos y morales”. En vez de Stonewall, y en sintonía con el “crisol de razas” que pobló el sur de nuestro continente, el hito inicial es una fiesta en la casa de la Palma, en Santiago de Chile. Así, “La noche de los visones (o la última fiesta de la Unidad Popular)”, primera crónica de Loco afán, inicia a partir de una fiesta y de una única fotografía que queda de ella. Es la fiesta de Año Nuevo de 1973 en lo de la Palma, “esa loca rota que tiene puesto de pollos en la Vega, que quiere pasar por regia e invitó a todo Santiago a su fiesta de fin de año”. “La historia se reterritorializa para dar sentido a una experiencia que no puede ser representada por la narración hegemónica de la metrópolis que no se adopta como relato originario de la emancipación”. Del mismo modo, en “Crónicas de Nueva York (El bar Stonewall)”, el cronista narra su visita a ese templo que se levanta como monumento de las reivindicaciones de la comunidad internacional homosexual. El bar Village es presentado como lugar sagrado, como un santuario dentro del cual los visitantes “se sacan la visera Calvin Klein y oran respetuosamente unos segundos cuando desfilan frente al boliche”. Empero, el monumento de la emancipación gay no consigue emocionar al cronista que simula dejar caer una lágrima ante las fotos de los héroes de la épica homosexual que cuelgan en las paredes. En medio de la fiesta de la visibilidad, del coming out, el cronista se vuelve súbitamente invisible ante los ojos del norte: “Y cómo te van a intron ver si uno es tan re fea y arrastra por el mundo su desnutrición de loca tercermundista. Cómo te van a dar pelota si uno lleva esta cara chilena asombrada frente a este Olimpo de homosexuales potentes y bien comidos que te miran con asco, como diciéndote: Te hacemos el favor de traerte, indiecita, a la catedral del orgullo gay”. Esta crónica es una proclama que cuestiona “los alcances representacionales de esa Internacional, que en realidad es blanca, virilizante y metropolitana, que se universaliza como cualquier otra gran narración de la identidad en la modernidad y se expande imperialmente sobre las periferias imponiendo sus fuertes imágenes, sus códigos, sus ritos”. Como sostiene Halperin, “a pesar de que la rebelión de Stonewall pudo haber sido desatada por drag queens, la liberación gay en por lo menos algunas de sus posteriores manifestaciones alentaba a lesbianas y gays a actuar de modo nuevo, positivo, no desviado en relación a los sexos y géneros de la vida diaria”. De esta manera la ideología pos-Stonewall alentó el rechazo de previas y abyectas formas de gaycidad. El Journal of Homosexuality de San Francisco publicó, desde 1976 y hasta comienzos de los años ochenta, varios artículos en los cuales se sostenía que, contrariamente a todos los viejos mitos, la mayoría de los hombres gays eran actualmente no afeminados, al tiempo que en París, Michel Foucault sostenía en 1978 que la homosexualidad masculina no tenía relación con la feminidad y que las drags eran una mera estrategia pasada de moda de resistencia a previos regímenes sexuales. Ese gran relato de la subalternidad sexual ha devenido hegemónico y ha creado otras periferias, además de que responde al funcionamiento de la economía de mercado adecuándose a sus reglas, presentando su mercancía fetiche para un público consumidor de elevado poder adquisitivo: “a cada minoría, su góndola”.